El médico santafesino Darío Montenegro estaba listo para regresar a la Argentina después de un viaje laboral a Madrid, España. La larga espera en la zona de embarque del aeropuerto de Barajas le permitió analizar lo que hacía el resto de los pasajeros (una práctica casi obligada para la mayoría de viajeros que se traslada en soledad).
A Montenegro le llamó la atención un caso específico. El de una abuela que no podía convencer a su nieto de menos de diez años para subirse al avión.
“Yo no voy a ningún lado”, decía el nene. La situación llegó a tal punto, que la señora y el chico lograron subir unos recién unos pocos minutos antes de que se cerraran las puertas del Boeing 777 de Alitalia.
El avión haría escala en Roma y luego emprendería el trayecto más largo del viaje hasta Buenos Aires. El médico, director del Hospital Protomédico “Manuel Rodríguez” de la ciudad de Recreo, no imaginaba entonces que se convertiría en el gran actor principal del vuelo.
“Ya estábamos encima del Océano Atlántico, eran como las dos de la mañana del horario europeo. Cuando de repente escuché en los parlantes del avión que se necesitaba con urgencia un médico. Me pongo de pie, se me acerca una azafata, me pregunta si los puedo ayudar y me lleva al fondo del avión”, relató Montenegro en un diálogo telefónico con Infobae.
El médico clínico trastabilló con la manta que tenía encima de sus piernas, se acomodó un poco la ropa y se acercó a la cola de la nave, donde se producía una escena de dramatismo y nerviosismo entre los miembros de la tripulación. Una vez llegado, su sorpresa fue doble.
“Las azafatas y los comisarios de a bordo estaban atendiendo a una mujer que no podía respirar. Estaba ahogada. Cuando me acerco a la mujer, me di cuenta de que era la abuela que había tenido el problema con su nieto en el aeropuerto. En cierto punto, sentí como que la conocía de antes, ya había algo de empatía”, narró Montenegro.
La mujer presentaba una crisis respiratoria aguda. Pese a su esfuerzo, casi no podía ingresar aire en sus pulmones y su cara comenzaba a tomar un caliz azulado.
“La mujer sufría de EPOC, una enfermedad crónica respiratoria que puede presentar trastornos importantes. Encima, a la altura que estábamos equivalía a situarse a unos 2.000 metros sobre el nivel del mar. Eso, para alguien con ese problema, puede ser muy traumático”, describió.
La pasajera padecía un enfisema pulmonar, una inflamación excesiva de los alvéolos y que, al no poder regresar a su tamaño normal, produce un estancamiento del oxígeno dentro del cuerpo.
“La mujer estaba consciente, pero la buena luz del lugar me permitió ver que su cara tenía rastros azulados, un claro signo de que el cuerpo estaba necesitado de oxígeno”, explicó sobre el episodio que ocurrió hace tres semanas.
De manera inmediata, las azafatas recurrieron al botiquín de medicamentos y se lo entregaron al especialista: “Se dio una situación algo cómica”, explicó Montenegro con la intención de quitarle dramatismo al relato. “Todos los medicamentos estaban con su nombre comercial en italiano. Hubo que hacer una pequeña investigación con cada uno para saber qué era cada cosa”.
La incertidumbre duró apenas unos segundos. Con rapidez, Montenegro aplicó las dosis de aerosoles dilatadores, una inyección y le suministró a la mujer oxígeno mediante una máscara.
De manera afortunada, la señora de 70 años respondió de inmediato a los medicamentos y con el pasar de los minutos recuperó su respiración normal.
“Me agradecía de mil maneras, pero la verdad es que no recuerdo bien lo que me dijo. En nuestra profesión siempre tenemos que estar preparados para situaciones como estas. No nos toman tan por sorpresa como se cree”, declaró Montenegro.
Una vez recuperada, la señora regresó a su asiento y permitió que su nieto apoyara la cabeza en su pecho. El chico, que luego se supo que tenía 7 años, durmió durante todo el incidente. Ni se enteró de lo ocurrido.
Algo similar ocurrió con el resto de los pasajeros. “Era un avión inmenso, que llevaba a más de 300 personas. Y todo ocurrió en las últimas 10 filas. Además, la gente de tripulación se encargó de tratar el tema con la mayor discreción posible para que nadie se pusiera nervioso”, explicó Montenegro.
“No soy un héroe ni nada. Uno estudia para poder actuar en situaciones como esta y ayudar a las personas que lo necesiten”, añadió.
El médico, al otro lado de la línea, habla del episodio que pudo haberle costado la vida a la señora como si se tratara de un procedimiento más de su día a día. A lo largo de toda la charla ni siquiera recordó el nombre de la mujer que salvó.
Su trayectoria le enseñó que, pese a su vasto conocimiento, hay momentos en que el destino parece tener elegido el deparar de las personas. Tal como le sucedió en el 2003, cuando se detuvo con su auto en medio de una ruta de la Patagonia para atender a los heridos de un accidente. Eran niños. Y en esa ocasión su ayuda no fue suficiente.
Fuente: Infobae