La cárcel Adriano Marrey, con capacidad para 1.200 personas, alberga ahora 2.100 reclusos, la mayoría por tráfico de drogas. Doce presos en promedio duermen en celdas previstas para seis. Es limpia y parece funcionar de forma armónica.
Las noticias sobre cinematográficos intentos de fuga, tiroteos y rebeliones fueron sustituidas por historias como la participación en la Sao Paulo Fashion Week y otras actividades culturales como la presentación que realizaron para el tenor Andrea Bocelli en 2016.
“El arte como transformador de vidas, en eso creemos aquí”, asegura Igor Rocha, oficial de seguridad y educador de la penitenciaría, quien desde 2010 promueve una serie de programas culturales, entre ellos el de Ponto Firme.
“Antes creía que el croché era cosa de abuelas, tenía una opinión formada, pero luego, cuando me cansé de la vida del crimen, fui al ala de la iglesia y me interesé. De pronto estaba aquí, en la clase”, cuenta Bruno Ribeiro, mientras desmenuza un patrón de alfombra.
“Cambié de vida gracias a esto, y me hace feliz ser parte de un legado para quienes vengan después de nosotros”, agrega sonriente.
Para Honorato, el croché es incluso más que eso. “Aquí no tengo que pensar en mi libertad, aquí soy libre”. Está preso hace cuatro años en una cárcel de Sao Paulo. Un compañero de celda le enseñó a tejer y ahora cursa las clases semanales de croché impartidas por el diseñador de moda brasileño Gustavo Silvestre. “La aguja y el hilo son mis nuevas armas”, dice.
Honorato es uno de los 19 alumnos que durante nueve meses pusieron el alma para presentar 45 piezas en la pasarela más importante de Sudamérica.