Un descubrimiento que encendió las alarmas de la Universidad de Michigan sorprendió a sus propios investigadores. El científico Yue Shao trabajaba con varios tipos de células madre para formar estructuras hasta que sucedió algo inesperado, una de ellas se organizó rápidamente en forma de “un círculo desviado”. Esa amalgama se había convertido en algo similar al embrión de un ser humano en su etapa inicial.
Shao informó rápidamente de ello a sus compañeros de trabajo, un equipo mixto de biólogos e ingenieros. Todos dijeron: “Tenemos que averiguar qué hacer. Debemos ser más cautelosos”.
Se descubrió que estas estructuras celulares parecidas a embriones no están completas y no podrían convertirse en una persona sin una intervención de ingeniería genética. Carecen de los tipos de células necesarios para crear una placenta, un corazón o un cerebro.
Los dados en llamar “embrioides de Michigan” son lo suficientemente realistas como para que el laboratorio haya decidido destruirlos para asegurarse de que no se desarrollen más.
Un año antes, el trabajo de otro laboratorio en Japón condujo al nacimiento de crías de ratón vivas utilizando cigotos que el equipo fabricó a partir de células epiteliales adultas.
Estos descubrimientos permiten avanzar en algunos de los problemas más difíciles de la biología reproductiva. Cuarenta años después del nacimiento del primer bebé de probeta, la investigación genética está a las puertas de una nueva revolución biológica. Sin embargo, los expertos en bioética advierten que se debe reconsiderar lo que significa reproducir y “crear” un bebé humano. Especialmente destacan la gran responsabilidad sobre las posibles consecuencias éticas, sociales, legales o ambientales de tales tecnologías y experimentos.
Fuente: TN