En ocho meses se convirtió en un múltiple asesino. Entre febrero y octubre de 2015, Javier Pino (28) mató a cinco personas. Cínico, frío, calculador, con algunos entabló relaciones personales y se aprovechó de su confianza. El tercer crimen, por el que en mayo pasado fue condenado en Salta a prisión perpetua, lo cometió para obtener el dinero que necesitaba para pagarle al abogado de su padre, detenido en Santiago del Estero por robar una financiera. Antes había matado a una joven y a un supermercadista chino en Buenos Aires. Su raid se cerró con el homicidio de dos hermanos rosarinos: cinco días después de ese doble crimen lo atraparon en Santiago del Estero.
Los padres de los hermanos Javier y Agustina Ponisio reconocieron el Fiat Palio verde militar que escapaba de la casa familiar al ver las cámaras de seguridad del barrio: era de un viejo amigo de su hija que cada tanto la visitaba en Rosario. Ese dato fue la punta de la madeja para resolver los múltiples asesinatos.
El asesino múltiple que se hacía amigo de sus víctimas y las mataba por la espalda
Hermanos. Agustina y Javier Ponisio, de 28 y 25 años, fueron asesinados a tiros en su casa de Rosario.
Pino era un nómade que recorría Buenos Aires, Salta, Rosario, Córdoba y Santiago del Estero. Un buscavidas que actuaba con desaprensión en sus asesinatos: se presentaba con su verdadero nombre ante las víctimas y utilizaba el mismo arma para liquidarlas. El cruce de las pericias balísticas fue otro elemento clave para condenarlo.
El asesino decía trabajar en el área de seguridad. Tenía tres armas registradas a su nombre: dos Taurus 9 milímetros y una Bersa calibre .380. Las pericias psicológicas marcaron que no tenía alteraciones mentales.
En Salta fue condenado a prisión perpetua al considerarse que cometió un homicidio criminis causa, una pena por lo que no tiene posibilidad de solicitar libertad condicional. Con ese homicidio, ocurrido en el pueblo de El Galpón, buscó ocultar el robo de 70 mil pesos al playero Ariel Ríos.
Había llegado a esa localidad siguiendo “la ruta del oro”, aunque terminó abriendo una sandwichería. A Ríos lo asesinó de un tiro en la cabeza el 13 de julio de 2015. No era el primer crimen que cometía. Tampoco sería el último.
El 16 de octubre de ese año, en Rosario, asesinó a Javier (25) y Agustina Ponisio (28). Ambos eran hijos de un matrimonio de profesionales. Con la chica mantenía una relación de amistad que conservó por años. Eso le permitió ganarse la confianza de la familia y visitar la casa a donde finalmente mató a los dos hermanos. A él le disparó cinco veces. A ella, tres. Otra vez el móvil fue un robo: 25 mil pesos, joyas y aparatos electrónicos.
A las amigas de Agustina les preguntó al día siguiente si sabían qué había pasado con los hermanos. Al padre le pareció sospechoso que no los visitara al conocerse las muertes. Cada vez que visitaba Rosario aseguraba tener familiares allí y decía haber viajado por motivos laborales y para realizar cursos de armería.
Después de que los padres de los Ponisio reconocieran el auto, el fiscal rosarino Florentino Malaponte requirió los números de los teléfonos de Pino que tenían registradas las amigas de Agustina. Se intervinieron. Uno tenía actividad en Salta, pero estaba en poder de una mujer. Malaponte llamó a la Policía de aquella provincia para que lo verificaran.
No estaba Pino, pero en la comisaría le dieron un dato inquietante: una persona con ese nombre era buscada por un homicidio. De inmediato se estableció comunicación con la Justicia de Salta y se desató una investigación acelerada y precisa: se cotejaron mecánicas semejantes de ataque –mataba de atrás, dejaba las vainas en el lugar– y las balas.
El envío al Sistema Automatizado de Identificación Balística (SAIB) de la Policía Federal reveló más datos escalofriantes. Una de las pistolas Taurus de Pino había sido usada no sólo en Salta y en Rosario: con ella habían matado el 16 de febrero de 2015 a Ni Qi Fu (40), comerciante chino, y el 14 de abril a la masajista Claudia Sosa (32), ambos en la Capital Federal.
La mecánica, una vez más, era semejante a la utilizada en los otros episodios. Sosa tenía un llamado a su celular, el mismo día del crimen, de uno de los números que Malaponte intervino meses más tarde para resolver el caso de los Ponisio. Pero todo eso se supo después de la muerte de los hermanos, los últimos asesinatos cometidos por Pino. La investigación permitió terminar de construir el rompecabezas homicida.
El trabajo entre la Justicia de Rosario y la salteña posibilitó atraparlo en Santiago del Estero, cinco días después de que matara a los hermanos Ponisio. En el baúl de su Fiat Palio había dos armas Taurus, un cargador 38, municiones calibre 9 milímetros, 22 mil pesos, dos tubos supresores de sonido que utilizaba con sus armas, juguetes sexuales, celulares, documentos y una cadenita que decía “Agustina”. Los padres de los hermanos reconocieron algunos de estos objetos.
En los próximos días se firmará un juicio abreviado en Rosario por el que recibirá la misma pena que en Salta. Aceptó los cargos aun cuando le esperaba la más dura condena. Pino ya asumió que su vida, que manchó con sangre en apenas ocho meses, se apagará tras las rejas.
Fuente: Clarín