El vocalista Adrián Dárgelos ya lo había anticipado en la semana: el concierto contaría con tres bloques de 45 minutos cada uno, por lo que el público ya sabía de antemano que se iba a tratar de una larga noche de música “sónica”.
La banda de Lanús, que forjó identidad ya con su debut discográfico, “Pasto”, nunca paró de crecer en convocatoria desde sus inicios
Junto a grupos como Juana La Loca, Fun People, Catupecu Machu o Los Brujos, hasta esta actualidad que los mantiene como una de las bandas referencias del rock local, gracias a la impronta vanguardista que los caracterizó y se hizo presente en Palermo
A las 20.45, los siete músicos aparecieron en la oscuridad del escenario y como un vampiro encarnado en gaucho con capa
Dárgelos comenzó con los primeros versos de “Ingrediente”, canción del último disco, a la que continuaron “En privado”, “Bestia pequeña” y “Vampi”, en un comienzo un tanto liviano que no ayudaba para entrar en calor en la fría noche
Babasónicos llegó, tocó y terminó su noche más completa haciendo honor a una trayectoria que los ubica como el grupo al que hay que seguir sus movimientos porque siempre está un paso adelante
Babasónicos nunca en sus 28 años se casó con un estilo o abrazó una etiqueta.
Pero además, fue la ocasión para que Babasónicos, más allá de algún desperfecto sonoro que sólo puede ser juzgado como anecdótico, volviera a demostrar en las tablas que es una parte ineludible a la hora de analizar el rock y pop argentino, con un lugar ganado en el canon a fuerza de una actitud testaruda y pendenciera que escapa a cierto estado de museo en el que se encuentran, en algunas ocasiones, tanto el género como sus colegas contemporáneos. Una actitud mantenida a lo largo de los años, y que parece muy difícil que vayan a abandonar mientras estén unidos.
En la misma línea. La cohesión se transformó en uno de los puntos determinantes de la contundencia de la banda al salir a escena
Mucho insistió Adrián Dárgelos en las notas previas al acontecimiento en el armado y el guión de cada uno de los tres shows. Siendo él y sus compañeros un grupo de melómanos alimentados con una abundante dieta de vinilos y cassettes allá por los ’80, no es difícil deducir que, para pelearle a esta era de canciones sueltas y playlist escuchadas en streaming, hayan definido la duración de cada bloque (45 minutos) y su extensión (diez canciones por segmento), en coincidencia con la de los long plays. Y lo mismo el armado de las listas, con hits ubicados de manera estratégica, con preponderancia de canciones de Discutible y rescates de viejos clásicos.
Con climas de mayor y menor intensidad, que aseguraran la atención permanente en la escucha. Con un sonido centrado más en la faceta rockera de Babasónicos y sin paradas en los climas bailables que tienen canciones como Microdancing. Y con una puesta en escena que parecía despojada pero que escondía una complejidad en la iluminación que se complementaba de manera permanente con un dron equipado con una cámara que ofrecía tanto panorámicas del predio como también zooms a cada uno de los músicos, en un blanco y negro clásico y al mismo tiempo moderno que se reflejaba en las pantallas del escenario. Una apuesta ambiciosa y de alto presupuesto, que cumplió con creces sus objetivos.
La puesta en escena, ambiciosa y cambiante, cumplió con creces sus objetivos.
La versión “orquestal” y semi desenchufada que Babasónicos presentó en Impuesto de fe y Repuesto de fe le brindó al grupo el paso decisivo para la evolución eléctrica y contemporánea que propone Discutible. Eso se traduce en una mayor cohesión interna para un combo que hace de ese detalle nada menor uno de sus fuertes, y para una mayor libertad en el momento del vivo. Así, los temas del último álbum en el vivo establecieron grandes diálogos entre las guitarras de Mariano Roger (que tuvo un show inspiradísimo), Diego Uma y (a veces) Carca (Adiós en Pompeya, la seguidilla igual al disco de Cretino y Orfeo, ambas interpretadas en el segundo bloque del recital).
El guitarrista Mariano Roger tuvo un show “inspiradísimo”
La pregunta, Un pálpito y la gran Trans-Algo la batuta recayó en los teclados de Diego Tuñón, y los primeros planos de esa conversación musical que es el secreto del swing babasónico se alternan entre él y la base de la batería de Panza Castellano y el bajo de Tuta Torres (sin exagerar, uno de los mejores dúos rítmicos de la Argentina). Un equipo que juega en beneficio de la belleza de la canción.
El carisma escénico de Dárgelos confirmó una vez más su carácter de gran ‘frontman’ del rock argentino.
Y, claro, nadie olvida ni puede dejar atrás el carisma escénico de un Dárgelos, que cantó mejor que nunca, como si los años le otorgaran permisos para inflexiones vocales que no utilizaba antes (en un clásico como El loco se permitió por momentos un decir cercano al ‘spoken poetry’ que le sentó de maravillas). El frontman parecía más feliz que nunca y así se lo hizo saber al público: si bien lo suyo arriba del escenario es, gracias a Dios, más parco que demagógico, el hecho de saber que las cosas estaban saliendo más que bien lo hizo interactuar más con una audiencia que le festejó todos sus bailes y sus esceueto comentarios.
“Jamás nos imaginamos una presentación así”, dijo en un momento, y ahí fue cuando todo lo que podía estar en duda pasó a ser indiscutible. Hasta su propio y necesario personaje de arrogante del rock.